Se alistó en la armada aprovechando la gran campaña que el Ejército de los Planetas Habitados realizó unos años antes para captar no sólo a soldados y oficiales
sino también a ingenieros que completasen las tripulaciones de las nuevas naves
espaciales que se estaban construyendo.
En el momento en que la Luna y Marte pasaron a reivindicar su independencia
y a formar sus propios gobiernos dos siglos atrás, el transporte de mercancías
y de pasajeros entre los cuerpos estelares habitados del Sistema Solar adquirió
una nueva dimensión. Esta actividad comercial se licenció a compañías privadas,
y este aumento de la actividad comercial requirió de una regulación exhaustiva,
la aprobación de leyes interplanetarias, y un cambio de filosofía en la
relación entre los gobiernos tanto terrestres como extraterrestres.
Inmediatamente a la redacción de leyes para ordenar la lucrativa
actividad del comercio interplanetario siguió la constitución de cuerpos de
seguridad que velasen por el cumplimiento de estas nuevas leyes.
Así se dedicaron no pocos fondos a dotar a los puertos de carga
y descarga situados en las órbitas de los planetas habitados de la seguridad
necesaria. Para ello se fundó el Ejército de los
Planetas Habitados. Estaba constituido en exclusiva
por dotaciones de militares que pasaban sus vidas en activo en sus veloces
naves espaciales. En general estas naves poseían los últimos avances en
ingeniería espacial, avances que a menudo no salían a la luz hasta pasados unos
años, todo para garantizar que la capacidad de maniobra en el espacio de estas
naves de asalto espaciales fuese siempre muy superior a la de cualquier otro
artilugio que pudiese surcar el espacio, con malas o con buenas intenciones.
Ya durante su carrera universitaria a Pedro le fascinaba
cualquier artefacto que fuese capaz de surcar el espacio, sobre todo si éste
además era capaz de albergar un hábitat humano. Pasó su época de estudiante
apartado del bullicio estudiantil, disfrutando casi siempre en solitario de
actividades de montaña y sin llamar demasiado la atención salvo por sus
aptitudes, que no pasaban desapercibidas.
Se licenció en el año 2803 en Ingeniería de Sistemas Electromecánicos
Extraterrestres en la Universidad de Toulouse, en Francia, a donde se trasladó
desde París, su lugar de nacimiento. Nada más licenciarse ingresó en el Ejército de los Planetas Habitados, donde
sabía que tendría acceso a los sistemas de ingeniería espacial más refinados
jamás construidos hasta el momento por el ser humano.
Su primer destino fue una sustitución por baja médica del
suboficial ingeniero de los subsistemas de navegación de la fragata Charles de Gaulle. Los ingenieros
de su especialidad recibían tras una instrucción militar de seis meses el rango
de teniente. La realidad era que el setenta por ciento de las dotaciones de
este tipo de naves estaba formada por ingenieros que no provenían del mundo
militar, pero sí destacaban por sus ansias de aventura y además por lo general
obedecían a un perfil muy disciplinado que encajaba perfectamente con las los
requisitos de este tipo de embarcaciones.
Del treinta por ciento restante, el cinco por ciento eran los
oficiales responsables de los navíos desde un punto de vista militar, y el
veinticinco por ciento eran fuerzas de asalto, que rara vez ponían en práctica
sus habilidades.
En este navío compartió funciones con su mando directo, una
oficial ingeniera que le dejó hacer y deshacer a su antojo. Así Pedro tuvo en
seguida la oportunidad de demostrar sus habilidades al mando de los subsistemas
de navegación de la nave por lo que rápidamente fue ascendido, tras lo cual se
le adjudicó una nueva nave, esta vez como oficial ingeniero, sin más mando que los
capitanes de la nave. Su nueva fragata era otra nave de la misma serie que la Charles de Gaulle, pero más
rápida y avanzada. La nave fue bautizada con el nombre de Shamash, y Pedro estaba tan emocionado que
pidió permiso para involucrarse con los últimos ajustes en sus subsistemas
hasta el día de la botadura en los astilleros espaciales que el Ejército de los Planetas Habitados mantenía en órbita geoestacionaria terrestre.
En su nuevo destino permaneció dos años, tras lo cual le
recomendaron para un puesto en los astilleros del Ejército, para dedicarse al diseño de
ingeniería de los nuevos prototipos programados para los siguientes veinte
años.
Al año y medio de llegar a los astilleros le llamaron para que
se presentase a una reunión con su superior, el comandante Patrick Hadi. Para
su sorpresa, en la reunión le estaban esperando además la oficial y el
suboficial en jefe de los astilleros del Ejército.
– Pedro, nos ha llegado un encargo poco habitual –le dijo su
superior y amigo–. Si te soy sincero, yo esperaba que llegase, pero no tan
tarde.
Al ver que Pedro no reaccionaba, continuó.
– Nos han encargado que supervisemos toda la ingeniería de la
nave a Tierra III. Y no es una
petición, nos han dado órdenes de que lo hagamos. Parece que ahora se dan
cuenta de que la nave que están construyendo es demasiado compleja, y de que
necesitan ayuda. Bueno, ellos no dicen que necesitan nuestra ayuda, pero yo
creo que si a estas alturas, a cinco años del lanzamiento, nos hacen esta
petición, es que algo les está saliendo mal. Y ahora nos querrán hacer
responsables a nosotros si sale algo mal, claro. Pedro se quedó callado, y tras
unos instantes bajó la vista al suelo. Su jefe sabía demasiado bien que en esos
momentos era mejor dejarle que digiriese la información sin meterle prisa.
Tras medio minuto Pedro alzó la vista y pregunto:
– Pero si todos los sistemas tiene que estar ya montados, no hay
nada que nosotros podamos hacer. No es posible que a estas alturas no tengan montado
hasta el último tornillo de la Copérnico.
– Así es –respondió por primera vez el suboficial al mando de
los astilleros–, el problema parece que tienen es que una vez montados no saben
bien cómo hacerlos funcionar todos juntos. Es una cuestión de configuración, de
sistemas y software, su especialidad. Los equipos que
han ensamblado en esa nave son los mejores disponibles. Muchos de ellos son
diseños nuestros.
Los sistemas con los que la han equipado son los más potentes del Sistema Solar,
pero ahora les cuesta hacerles trabajar de forma ordenada y coherente.
– Estamos convocando a nuestros mejores especialistas, Pedro – prosiguió
en esta ocasión la generala Ryu Natsuki–, si es necesario debemos paralizar
todos los proyectos tecnológicos de los astilleros. Nos dedicaremos por unos
años a mantener el programa de fabricación de naves espaciales, pero no
dedicaremos recursos a nuevos proyectos. Tenemos que volcarnos con esta
petición –prosiguió con vehemencia–. Todos sabemos que la misión a Tierra III es la más importante de la
historia de la humanidad, y la mitad de los gobiernos terrestres están medio
arruinados financiando el proyecto.
Tanto las naciones promotoras como las que a su vez han
financiado a las primeras. Todos los programas están en marcha, y cualquier
demora produciría un gran desequilibrio social y económico especialmente en la Tierra.
No sé qué podemos hacer, pero habrá que hacerlo.
La generala Ryu Natsuki hizo una pausa de unos segundos y luego
prosiguió:
– Nos piden ayuda para todos los desarrollos de los subsistemas
de la nave, desde motores hasta soporte vital del hipersueño, donde nosotros no
tenemos experiencia alguna. Pero es que parece que necesitan agarrarse a un clavo
ardiendo. Y naturalmente los sistemas de navegación también han de ser objeto
de nuestra revisión. Estamos hablando con los que consideramos más aptos para
el diseño de cada subsistema. Y hemos pensado que usted se encargue del de
navegación.
Pedro se quedó mirando a la generala con ojos muy abiertos.
Intentaba hacerse a la idea de las complejidades del proyecto, pero no sabía
por dónde empezar a imaginarse la magnitud de los problemas que le pedían que
se encargase.
– Yo jamás he visto el diseño de ingeniería de la Copérnico –respondió
finalmente Pedro–. Es imposible que yo me haga cargo de eso. Necesitaría años
para hacerme con el diseño general de la nave, como para poder rediseñar su
lógica y su sistema de operación en tan poco tiempo.
Además seguro que habrá que modificar cosas, no de la parte
mecánica, pero sin duda que los sistemas necesitarán reajustes no sólo de software. Aquí tiene que haber gente que haya seguido el proyecto y que
ya conozca algo de él y que…
– El comandante Hadi ha dicho que usted es el hombre que necesitamos
para los subsistemas de navegación –interrumpió la generala–, así que usted es
mi opción. Podrá elegir hasta a diez ingenieros más de entre sus compañeros
para conformar su equipo, pero usted estaría al mando de su subsistema. Usted
es militar, y esto es una orden.
Su negativa automáticamente conllevará la rescisión del contrato
con el Ejército sin derecho
alguno a indemnización.
– Yo no puedo hacerme responsable de un desastre –respondió
Pedro mirando a su inmediato superior, el comandante Patrick Hadi–. No puedo asumir
una responsabilidad sin saber cómo están las cosas. ¡No he visto ni un plano de
la Copérnico! ¿Ven que si
sale mal pueden morir miles de personas?
¿Dónde se queda entonces la estabilidad económica de la Tierra
ante semejante desastre?
Tras un silencio, su amigo y superior el comandante Hadi le
respondió:
– Lo siento, Pedro, pero eres nuestro mejor ingeniero de
navegación. Otra opción sería peor.
– ¡Pero que no hablo de eso, Patrick! –respondió Pedro– ¡Yo lo
que te digo es que igual esa nave no debe salir!
– No es nuestra decisión, Pedro –le respondió su amigo–. La Copérnico saldrá con nuestra ayuda o sin
ella. Simplemente, hay quienes piensan que con nuestra ayuda el éxito de la
misión es más probable.
– Pedro –prosiguió la generala–, el resto de los ingenieros a
los que les hemos dado esta oportunidad han respondido con ilusión y sentido
del deber, parece mentira…
– ¡Está bien! –interrumpió Pedro mirándoles a los tres a los
ojos–. Iré a los astilleros donde se está construyendo la Copérnico. Miraré lo que hay y si veo que es
imposible o poco probable que mi trabajo culmine con éxito, renunciaré,
renunciando también si es preciso a mi puesto en la armada. Son mis
condiciones. Si no están de acuerdo, abandonaré esta estación mañana mismo, me
da igual lo que me hagan o lo que me digan. Y otra cosa. Han dicho que puedo
elegir a diez ingenieros. Sólo aceptaré si puedo integrar en mi equipo
exactamente a los diez que designe. Si no, olvídense de mí.
Los tres mandos se quedaron mirándole. Luego la generala Ryu
Natsuki se miró la punta de los zapatos, luego miró al comandante Hadi, y luego
a su suboficial.
– Está bien, teniente, poco más podemos decir si esta es su
propuesta.
El comandante ha insistido en que tiene que ser usted… sólo
espero que no renuncie a la misión tras ver lo que hay en la Copérnico. Me
dejaría en muy mala posición, Pedro. No tenemos problema con los ingenieros que
designe.
Ya le hemos comentado que esta misión tiene prioridad sobre todo
lo demás.
Tras unos segundos el comandante Hadi prosiguió para cerrar la
reunión:
– Pues ya estamos de acuerdo. Pedro, luego mi ayudante se
reunirá contigo y te pondrá al tanto de los detalles y…
– Espera, Patrick –interrumpió Pedro mirando fijamente a su
amigo, prosiguiendo tras una pausa–. Los pormenores me los puedes comentar tú mismo
en el viaje, porque te vienes conmigo. Eres uno de los ingenieros de mi equipo.
– ¡Pero eso no puede ser! –respondió su amigo mirando a la
generala–.
La generala Ryu Natsuki se miró de nuevo la punta de los zapatos
y respondió:
– Se lo hemos prometido, Patrick, y como usted y nosotros mismos
le hemos argumentado, esta misión es absolutamente prioritaria. Usted se integrará
en el equipo del teniente, a su mando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario