viernes, 1 de marzo de 2013

Capítulo 2: Pedro


Se alistó en la armada aprovechando la gran campaña que el Ejército de los Planetas Habitados realizó unos años antes para captar no sólo a soldados y oficiales sino también a ingenieros que completasen las tripulaciones de las nuevas naves espaciales que se estaban construyendo.

En el momento en que la Luna y Marte pasaron a reivindicar su independencia y a formar sus propios gobiernos dos siglos atrás, el transporte de mercancías y de pasajeros entre los cuerpos estelares habitados del Sistema Solar adquirió una nueva dimensión. Esta actividad comercial se licenció a compañías privadas, y este aumento de la actividad comercial requirió de una regulación exhaustiva, la aprobación de leyes interplanetarias, y un cambio de filosofía en la relación entre los gobiernos tanto terrestres como extraterrestres.

Inmediatamente a la redacción de leyes para ordenar la lucrativa actividad del comercio interplanetario siguió la constitución de cuerpos de seguridad que velasen por el cumplimiento de estas nuevas leyes.

Así se dedicaron no pocos fondos a dotar a los puertos de carga y descarga situados en las órbitas de los planetas habitados de la seguridad necesaria. Para ello se fundó el Ejército de los Planetas Habitados. Estaba constituido en exclusiva por dotaciones de militares que pasaban sus vidas en activo en sus veloces naves espaciales. En general estas naves poseían los últimos avances en ingeniería espacial, avances que a menudo no salían a la luz hasta pasados unos años, todo para garantizar que la capacidad de maniobra en el espacio de estas naves de asalto espaciales fuese siempre muy superior a la de cualquier otro artilugio que pudiese surcar el espacio, con malas o con buenas intenciones.

Ya durante su carrera universitaria a Pedro le fascinaba cualquier artefacto que fuese capaz de surcar el espacio, sobre todo si éste además era capaz de albergar un hábitat humano. Pasó su época de estudiante apartado del bullicio estudiantil, disfrutando casi siempre en solitario de actividades de montaña y sin llamar demasiado la atención salvo por sus aptitudes, que no pasaban desapercibidas.

Se licenció en el año 2803 en Ingeniería de Sistemas Electromecánicos Extraterrestres en la Universidad de Toulouse, en Francia, a donde se trasladó desde París, su lugar de nacimiento. Nada más licenciarse ingresó en el Ejército de los Planetas Habitados, donde sabía que tendría acceso a los sistemas de ingeniería espacial más refinados jamás construidos hasta el momento por el ser humano.

Su primer destino fue una sustitución por baja médica del suboficial ingeniero de los subsistemas de navegación de la fragata Charles de Gaulle. Los ingenieros de su especialidad recibían tras una instrucción militar de seis meses el rango de teniente. La realidad era que el setenta por ciento de las dotaciones de este tipo de naves estaba formada por ingenieros que no provenían del mundo militar, pero sí destacaban por sus ansias de aventura y además por lo general obedecían a un perfil muy disciplinado que encajaba perfectamente con las los requisitos de este tipo de embarcaciones.

Del treinta por ciento restante, el cinco por ciento eran los oficiales responsables de los navíos desde un punto de vista militar, y el veinticinco por ciento eran fuerzas de asalto, que rara vez ponían en práctica sus habilidades.

En este navío compartió funciones con su mando directo, una oficial ingeniera que le dejó hacer y deshacer a su antojo. Así Pedro tuvo en seguida la oportunidad de demostrar sus habilidades al mando de los subsistemas de navegación de la nave por lo que rápidamente fue ascendido, tras lo cual se le adjudicó una nueva nave, esta vez como oficial ingeniero, sin más mando que los capitanes de la nave. Su nueva fragata era otra nave de la misma serie que la Charles de Gaulle, pero más rápida y avanzada. La nave fue bautizada con el nombre de Shamash, y Pedro estaba tan emocionado que pidió permiso para involucrarse con los últimos ajustes en sus subsistemas hasta el día de la botadura en los astilleros espaciales que el Ejército de los Planetas Habitados mantenía en órbita geoestacionaria terrestre.

En su nuevo destino permaneció dos años, tras lo cual le recomendaron para un puesto en los astilleros del Ejército, para dedicarse al diseño de ingeniería de los nuevos prototipos programados para los siguientes veinte años.

Al año y medio de llegar a los astilleros le llamaron para que se presentase a una reunión con su superior, el comandante Patrick Hadi. Para su sorpresa, en la reunión le estaban esperando además la oficial y el suboficial en jefe de los astilleros del Ejército.

– Pedro, nos ha llegado un encargo poco habitual –le dijo su superior y amigo–. Si te soy sincero, yo esperaba que llegase, pero no tan tarde.

Al ver que Pedro no reaccionaba, continuó.

– Nos han encargado que supervisemos toda la ingeniería de la nave a Tierra III. Y no es una petición, nos han dado órdenes de que lo hagamos. Parece que ahora se dan cuenta de que la nave que están construyendo es demasiado compleja, y de que necesitan ayuda. Bueno, ellos no dicen que necesitan nuestra ayuda, pero yo creo que si a estas alturas, a cinco años del lanzamiento, nos hacen esta petición, es que algo les está saliendo mal. Y ahora nos querrán hacer responsables a nosotros si sale algo mal, claro. Pedro se quedó callado, y tras unos instantes bajó la vista al suelo. Su jefe sabía demasiado bien que en esos momentos era mejor dejarle que digiriese la información sin meterle prisa.

Tras medio minuto Pedro alzó la vista y pregunto:

– Pero si todos los sistemas tiene que estar ya montados, no hay nada que nosotros podamos hacer. No es posible que a estas alturas no tengan montado hasta el último tornillo de la Copérnico.

– Así es –respondió por primera vez el suboficial al mando de los astilleros–, el problema parece que tienen es que una vez montados no saben bien cómo hacerlos funcionar todos juntos. Es una cuestión de configuración, de sistemas y software, su especialidad. Los equipos que han ensamblado en esa nave son los mejores disponibles. Muchos de ellos son diseños nuestros.

Los sistemas con los que la han equipado son los más potentes del Sistema Solar, pero ahora les cuesta hacerles trabajar de forma ordenada y coherente.

– Estamos convocando a nuestros mejores especialistas, Pedro – prosiguió en esta ocasión la generala Ryu Natsuki–, si es necesario debemos paralizar todos los proyectos tecnológicos de los astilleros. Nos dedicaremos por unos años a mantener el programa de fabricación de naves espaciales, pero no dedicaremos recursos a nuevos proyectos. Tenemos que volcarnos con esta petición –prosiguió con vehemencia–. Todos sabemos que la misión a Tierra III es la más importante de la historia de la humanidad, y la mitad de los gobiernos terrestres están medio arruinados financiando el proyecto.

Tanto las naciones promotoras como las que a su vez han financiado a las primeras. Todos los programas están en marcha, y cualquier demora produciría un gran desequilibrio social y económico especialmente en la Tierra. No sé qué podemos hacer, pero habrá que hacerlo.

La generala Ryu Natsuki hizo una pausa de unos segundos y luego prosiguió:

– Nos piden ayuda para todos los desarrollos de los subsistemas de la nave, desde motores hasta soporte vital del hipersueño, donde nosotros no tenemos experiencia alguna. Pero es que parece que necesitan agarrarse a un clavo ardiendo. Y naturalmente los sistemas de navegación también han de ser objeto de nuestra revisión. Estamos hablando con los que consideramos más aptos para el diseño de cada subsistema. Y hemos pensado que usted se encargue del de navegación.

Pedro se quedó mirando a la generala con ojos muy abiertos. Intentaba hacerse a la idea de las complejidades del proyecto, pero no sabía por dónde empezar a imaginarse la magnitud de los problemas que le pedían que se encargase.

– Yo jamás he visto el diseño de ingeniería de la Copérnico –respondió finalmente Pedro–. Es imposible que yo me haga cargo de eso. Necesitaría años para hacerme con el diseño general de la nave, como para poder rediseñar su lógica y su sistema de operación en tan poco tiempo.

Además seguro que habrá que modificar cosas, no de la parte mecánica, pero sin duda que los sistemas necesitarán reajustes no sólo de software. Aquí tiene que haber gente que haya seguido el proyecto y que ya conozca algo de él y que…

– El comandante Hadi ha dicho que usted es el hombre que necesitamos para los subsistemas de navegación –interrumpió la generala–, así que usted es mi opción. Podrá elegir hasta a diez ingenieros más de entre sus compañeros para conformar su equipo, pero usted estaría al mando de su subsistema. Usted es militar, y esto es una orden.

Su negativa automáticamente conllevará la rescisión del contrato con el Ejército sin derecho alguno a indemnización.

– Yo no puedo hacerme responsable de un desastre –respondió Pedro mirando a su inmediato superior, el comandante Patrick Hadi–. No puedo asumir una responsabilidad sin saber cómo están las cosas. ¡No he visto ni un plano de la Copérnico! ¿Ven que si sale mal pueden morir miles de personas?

¿Dónde se queda entonces la estabilidad económica de la Tierra ante semejante desastre?

Tras un silencio, su amigo y superior el comandante Hadi le respondió:

– Lo siento, Pedro, pero eres nuestro mejor ingeniero de navegación. Otra opción sería peor.

– ¡Pero que no hablo de eso, Patrick! –respondió Pedro– ¡Yo lo que te digo es que igual esa nave no debe salir!

– No es nuestra decisión, Pedro –le respondió su amigo–. La Copérnico saldrá con nuestra ayuda o sin ella. Simplemente, hay quienes piensan que con nuestra ayuda el éxito de la misión es más probable.

– Pedro –prosiguió la generala–, el resto de los ingenieros a los que les hemos dado esta oportunidad han respondido con ilusión y sentido del deber, parece mentira…

– ¡Está bien! –interrumpió Pedro mirándoles a los tres a los ojos–. Iré a los astilleros donde se está construyendo la Copérnico. Miraré lo que hay y si veo que es imposible o poco probable que mi trabajo culmine con éxito, renunciaré, renunciando también si es preciso a mi puesto en la armada. Son mis condiciones. Si no están de acuerdo, abandonaré esta estación mañana mismo, me da igual lo que me hagan o lo que me digan. Y otra cosa. Han dicho que puedo elegir a diez ingenieros. Sólo aceptaré si puedo integrar en mi equipo exactamente a los diez que designe. Si no, olvídense de mí.

Los tres mandos se quedaron mirándole. Luego la generala Ryu Natsuki se miró la punta de los zapatos, luego miró al comandante Hadi, y luego a su suboficial.

– Está bien, teniente, poco más podemos decir si esta es su propuesta.

El comandante ha insistido en que tiene que ser usted… sólo espero que no renuncie a la misión tras ver lo que hay en la Copérnico. Me dejaría en muy mala posición, Pedro. No tenemos problema con los ingenieros que designe.

Ya le hemos comentado que esta misión tiene prioridad sobre todo lo demás.

Tras unos segundos el comandante Hadi prosiguió para cerrar la reunión:

– Pues ya estamos de acuerdo. Pedro, luego mi ayudante se reunirá contigo y te pondrá al tanto de los detalles y…

– Espera, Patrick –interrumpió Pedro mirando fijamente a su amigo, prosiguiendo tras una pausa–. Los pormenores me los puedes comentar tú mismo en el viaje, porque te vienes conmigo. Eres uno de los ingenieros de mi equipo.

– ¡Pero eso no puede ser! –respondió su amigo mirando a la generala–.

La generala Ryu Natsuki se miró de nuevo la punta de los zapatos y respondió:

– Se lo hemos prometido, Patrick, y como usted y nosotros mismos le hemos argumentado, esta misión es absolutamente prioritaria. Usted se integrará en el equipo del teniente, a su mando.


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